El precio de ser elegido
Un jovenzuelo hebreo, procedente de un clan familiar insignificante, llega a ser Primer Ministro de Egipto, el imperio más poderoso de la tierra. El hecho de que él pudiera llegar a esa posición preservó a toda su familia de la hambruna que azotó a la tierra por aquellos días y proveyó cobijo y protección para los suyos, de cuya descendencia vendría el Mesías de Dios. Sin dudas, la historia de José es fascinante. Lo que Dios hizo con él nos emociona cada vez que leemos, o pensamos en su historia. El muchacho que vio visiones, que salvó a un pueblo, así le recordamos. José, el hombre que modeló la integridad según Dios. Aunque Dios le eligió con propósitos asombrosos, su llegada a la meta estuvo plagada de obstáculos. El Señor llama a los suyos para grandes cosas, pero deberán enfrentar las más disímiles pruebas en su trayecto glorioso. José también es un ejemplo de esto último, del precio a pagar por cumplir con un llamado.
Todo llamado conlleva una gran responsabilidad. Supone precios a pagar que no podrán ser sorteados fácilmente. José lo supo muy pronto, cuando tuvo que pagar el precio de la separación y la exclusión. Sus hermanos eran mundanos y amaban las fechorías, pero José no participaba de sus malas obras (Génesis 37:2), lo que le costó un elevado precio: la soledad. Fue excluido y rechazado. José aprendería que las mayorías no siempre tienen la razón y optó por el camino más difícil.
Luego le tocó experimentar la envidia. Solo tenía 17 años. Un muchacho no debía ser sometido a tanta presión, pero las escuelas de Dios son así de poco convencionales. Sus hermanos le aborrecían a causa del amor del padre (Génesis 37:4). Lo odiaban por sus sueños (Génesis 37:5) y por sus palabras (Génesis 37:8). La Biblia dice claramente: “Y sus hermanos le tenían envidia, mas su padre meditaba en esto” (Génesis 37:11).
Sus sueños casi le cuestan la vida cuando sus hermanos planearon matarle. Este fue el precio más costoso que tuvo que pagar José, el precio de la oposición. No por la oposición en sí, sino por quienes se oponían, y por lo que estaban dispuestos a hacer para librarse de él. Solo Rubén intercedió para que no le hicieran ese gran mal y así fue librado de morir (Génesis 37: 20, 21). La historia demostraría que José estaría más seguro en la casa de un Potifar incrédulo, en una cárcel egipcia, y aún en el palacio del Faraón pagano, que entre sus hermanos. Así de crueles pueden llegar a ser las personas que dicen amarte, y no es de extrañar que esa historia se repita a través de los siglos. Gracias al Señor que siempre tiene un Rubén que nos defiende cuando nadie dice, ni hace nada por nosotros.
José tuvo que pagar entonces el precio del sufrimiento. Fue echado en una cisterna (Génesis 37:24). Fue vendido a los ismaelitas (Génesis 37:27). Luego fue revendido a Potifar (Génesis 39.1). Hubo de ser calumniado por la mujer de su amo (Génesis 39:14) y como consecuencia, encarcelado a causa de las mentiras de ésta (Génesis 39.20). En la cárcel interpretó sueños y pidió al jefe de los coperos que no se olvidara de él, pero éste no hizo nada (Génesis 40:14,23). Así que José vio manifiesta una vez más la ingratitud y el olvido. Sin embargo, Dios tenía un tiempo. El éxito no podía enseñarle nada a José, pero los sufrimientos harían de él un hombre sensible, un gran líder y una persona sabía que no repetiría los errores de los que le dañaron.
Dios tenía todo planeado. Un sueño atormentó al Faraón y nadie podía interpretarlo, entonces se acordaron de José. Dios usa este incidente para engrandecer a su siervo, para promoverlo a una posición de liderazgo mundial, y para darle una oportunidad de recuperar a su familia. Tenía entonces que enfrentar la prueba más grande, enfrentarse a sí mismo, a sus heridas, a su pasado. El relato bíblico nos informa de cómo José perdonó a sus hermanos y trajo a su familia a la tierra más prospera del mundo conocido.
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